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Cuaderno de campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo   /  3 de enero de 2017

Acabamos de empezar el año. Los fríos, por fin, se han hecho dueños de la península ibérica por estas fechas y así seguirán las cosas todavía durante algún mes. Y en nuestro entorno las cosas no son muy diferentes; de hecho aquí, por disponer de un clima mediterráneo de interior son frecuentes tanto las heladas nocturnas como las nieblas matutinas, que impiden que los termómetros lleguen a unos mínimos valores agradables a mediodía. El invierno ha llegado ya a la comarca.

Y con esta situación el naturalista busca nuevos objetivos que colmen sus curiosas expectativas. Y he de reconocer que una de las actividades invernales que más me gusta es la de empezar el año nuevo ascendiendo a algunas de nuestras cumbres más emblemáticas en busca de aquellas aves que las pueblan en estas fechas de climatología complicada.

Y les invito a lo mismo; a disfrutar ahora de una visita a alguna de las cimas más sobresalientes de la contornada, y a sentir la naturaleza invernal en todo su apogeo. Elijan un día anticiclónico y con la atmósfera calmada. Las panorámicas desde su cumbre compensarán con creces el esfuerzo invertido en acceder a ella. El paisaje desde allí es bello, muy bello; pero en lo más alto aún hay algo más que fascina a los naturalistas que se acercan a sus soledades. Unas avecillas confiadas y de bonitos colores desafían las bajas temperaturas y las duras condiciones que allí se dan durante estas fechas. Sus vuelos y devaneos por las laderas y escarpes rocosos de la cumbre y sus curiosos comportamientos gregarios y fáciles de observar premian el interés del excursionista que no veía a estos pajarillos desde el invierno pasado.  Son los acentores alpinos.

Mi primera observación de esta especie se remonta a un lejano invierno de hace 25 años. Fue en el transcurso de una excursión en la que pretendía contemplar los famosos chorreros de Barchel, en el término de Benagéber, y que por aquel entonces manaban agua en abundancia. En el recorrido desde la presa del embalse hasta la cascada sorprendí en una pedriza junto al camino a un grupito de pájaros que de primeras me costó identificar por no tenerlos registrados en los montes que yo frecuentaba. Eran unas avecillas de un tamaño ligeramente superior al de un gorrión pero dotados de un pico más fino y con una combinación de colores en su plumaje muy singular. Así, destacaban la cabeza y el pecho de un color gris ceniza con respecto al dorso, de combinado diseño en tonos castaños y negros. Aunque lo que más llamaba la atención fue el elegante color vinoso de los flancos, bellamente moteados de blanco.

La conducta de estas aves también era vistosa, principalmente por lo incauta que parecía, aspecto este que he podido advertir en todas las veces que he sorprendido a esta especie en años posteriores.

Aquella observación tenía mucho interés, y no sólo para mí. Era una de las contadísimas citas que se habían obtenido de esta especie en la Comunitat Valenciana por aquellos años, a tenor de lo que decían los anuarios ornitológicos de la época. En esas monografías se recogían los principales registros de las especies más raras o escasas en el ámbito valenciano que se habían producido a lo largo de un año natural. Dicho de otra manera, apenas se conocía el estatus real de esta especie en la Comunitat Valenciana, algo explicable por el escaso peso que representaba la ornitología llevada a cabo en las comarcas de interior de tal región si se comparaba con otras localidades de su franja costera.

Afortunadamente las cosas están cambiando en este sentido. En la actualidad, y aunque aún no se ha conseguido del todo equilibrar la balanza, la creciente presencia de ornitólogos que llevan a cabo sus estudios o actividades naturalistas en las tierras situadas más al interior de la Comunitat Valenciana ha posibilitado que el número de avistamientos de esa especie y de muchas otras de requerimientos ecológicos similares sea mucho mayor.

El acentor alpino, Prunella collaris, es un ave típica de la alta montaña paleártica. Se distribuye exclusivamente por los grandes macizos montañosos europeos y asiáticos, aunque también llega a criar en el Atlas norteafricano. Así, en Europa, aparte de ciertas cordilleras ibéricas, habita principalmente los Alpes, los Apeninos, los Cárpatos, los Balcanes y el Cáucaso. En Asia, por su parte, coloniza las altas cumbres desde Turquía hasta Japón, presentando sus mayores efectivos poblacionales en la imponente cordillera del Himalaya.

En lo que respecta a España nidifica exclusivamente en las zonas supraforestales de las grandes cordilleras  ibéricas, principalmente entre los 2.000 y 3.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. Cría en los pisos alpinos y otras áreas por encima del límite del arbolado caracterizado por la abundancia de canchales, pedrizas y zonas rocosas en el límite de pastizales, piornales y otras áreas ocupadas arbustos rastreros. Concretamente se reproduce en los niveles más altos de los Montes de León, Montes Vascos, Sistema Ibérico (Moncayo y Picos de Urbión) y Sistema Central (Guadarrama y Gredos), pero sobre todo en la Cordillera Cantábrica y Pirineos, donde alcanza sus mayores poblaciones. Sin embargo en invierno, debido a las extremas condiciones ambientales que allí se producen, muchos individuos se dirigen a montañas más modestas situadas en regiones de clima no tan severo. De esta manera es como nuestras sierras acogen por ahora a un cierto número de acentores migrantes.

Desde esa primera observación de Barchel, en las cercanías de nuestra comarca, muchas han sido las observaciones de la especie que se han podido efectuar en los montes de Requena-Utiel en periodo no reproductor. Así, se ha confirmado su presencia en dos tipos de ambientes principales.

Por un lado, y debido a la repetición de citas que se han obtenido en diferentes invernadas, se confirma la regularidad de su aparición en las cumbres de aquellas montañas que sobrepasan los mil metros de altitud y que mantienen unas condiciones similares de hábitat: áreas principalmente desarboladas pero con cierta cobertura de matorral, o al menos herbazal, y con cierta extensión de roquedo o terreno más o menos escarpado. Cumbres como la sierra del Negrete en Utiel, especialmente en su pico más alto; los picos del Ropé y del Burgal en Chera; el pico del Tejo, en Requena; la sierra Martés, donde confluyen los municipios de Requena, Yátova y Cortes de Pallás; o el Molón, en Camporrobles,  son lugares tradicionales ya de presencia invernal de la especie.

Por otro lado, también utiliza en nuestra comarca otro típico paisaje de montaña, pero no ligado a las cumbres, sino a la presencia de pedrizas, desprendimientos, derrubios y otras acumulaciones de rocas en laderas ciertamente empinadas y con relativa cercanía a cursos de agua. Sería el caso, precisamente, de esa vieja referencia de Barchel, junto al río Turia, pero también de otras citas obtenidas en ambientes similares. Así en lo que respecta al río Cabriel es muy habitual, aunque siempre en grupos reducidos, en el entorno de la presa de Contreras o en el paraje de Los Cuchillos, ambos lugares pertenecientes a Villargordo del Cabriel. Y en cuanto al río Reatillo, también se les ha podido citar de igual manera en las cercanías de Villar de Olmos en Requena o del barranco de la Hoz en Chera.

Con una metodología específica y dedicando tiempo suficiente a su prospección no se descarta que aparezcan nuevas localidades de invernada en otros puntos de la Meseta de Requena-Utiel.

Es un animal que apenas presenta recelo hacia el ser humano, lo que facilita su contemplación y su estudio. De hecho no es nada raro que se mueva con total confianza en la misma inmediatez del excursionista que asciende a las cumbres donde estos pájaros llevan a cabo sus tareas rutinarias de búsqueda de alimento. Incluso son habituales los comentarios de los alpinistas que han podido dar de comer casi de la mano a los acentores que se habían familiarizado a la inusual aparición de personas en aquellos duros y desiertos parajes serranos.

Yo mismo tuve la fortuna de tener a escasos centímetros a un grupito de estos bonitos pajarillos que consumían confiadamente algunas migajas de galletas que habían dejado allí algunos montañeros en uno de los picos más frecuentados de todo el pirineo aragonés como es el Monte Perdido, a 3.355metros de altitud, en el Parque Nacional de Ordesa. Se movían incluso por debajo de las piernas de las personas que habían ascendido a la cumbre aquel día de verano. Sorprendente relación entre seres humanos y pájaros en un entorno tan salvaje como éste.

El acentor alpino, y en general, todas las aves alpinas están perfectamente adaptadas a la supervivencia en estos medios tan exclusivos y, en muchos momentos, tan hostiles. Su presencia en montes de la España mediterránea como los que se dan en Requena-Utiel enriquece aún más si cabe su enorme diversidad.

Llegan ya a partir de mediados de octubre y algunos aún permanecerán aquí entrado el mes de abril, momento en que los últimos ejemplares invernantes enfilan hacia sus lugares de reproducción. Pero es ahora, con el año recién estrenado y cuando los rigores climáticos son mucho más acusados en sus lugares de origen, cuando con más probabilidad numérica podemos contemplarlos en nuestras montañas y pedrizas.

Cojan comida y ropa de abrigo y pasen un bonito día de invierno en nuestras cumbres. Disfruten de la ascensión, de las vistas y fíjense en sus emplumados habitantes.

Disfruten de los acentores alpinos; los señores de las cumbres.

JAVIER ARMERO IRANZO

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