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Requena (10/10/17) LA HISTORIA EN PÍLDORAS -Ignacio Latorre Zacarés
“A la botica, niña, / no vayas sola / que el boticario / usa pistola / usa pistola / usa pistola / a la botica, niña, / no vayas sola”. Póngale ritmo de alegría gaditana y ahí tienen un buen cantar de Chano Lobato o el Pericón, pero que también se entonaba en nuestra comarca tal como me recitó una mujer de avanzada edad aquejada de alzheimer, pero que de la copla bien que se acordaba.

Y es que de boticas empezamos esta nueva temporada de “píldoras” porque últimamente estoy rodeado de medicamentos y eso que soy bastante reacio a administrármelos (como bien sabe Pepe Jacinto, mi farmacéutico particular). Recién venido de La Cerdanya española y francesa, ahí visité la célebre farmacia de Llívia. Esta población es un curioso enclave territorial de España dentro de Francia porque así lo dispuso el tratado de la Pirineos (1659) y un hábil diplomático español. La farmacia de Llívia, que es visita obligada en aquel territorio, a través de un montaje audiovisual y una buena colección de muebles y tarros de medicinas, manuales de farmacopea, medidas, etc., recrea una botica de los siglos XVI-XVIII llevada durante generaciones por la familia Esteve.

Y de medicamentos del siglo XVI también estoy rodeado en el archivo municipal durante una buena temporada. Les cuento. Érase que se era un archivero que cataloga un expediente de 1545 en que el concejo de Requena ordenó a un médico que realizara una inspección sobre las tres “boticas de medeçinas” que existían en la Requena de la época: la de Lorenzo de Ahumada, la de Sazedo y la de Alonso Calvo. El diligente médico visitó los tres establecimientos y listó todos los elementos simples, ungüentos, emplastos, estomáticos, píldoras, pólvoras (polvos), gomas, piedras, laxativos, aceites, jarabes, trosçicos, etc. que allí vio. No sólo listó lo que había en las boticas, sino también lo que no había y debían tener o de los elementos que tenían poco material o de las fórmulas que no estaban muy bien realizadas. Visto el expediente, el archivero comunicó a un amigo, verdadero sabio renacentista que, entre otras cosas, también sabe mucho de botánica y que está criado en Fuenterrobles (y lo digo porque no es que sea excluyente tal combinación, ni incompatible, pero sí “complicao” –dicho con sorna venturreña-). Pues bien, el amigo fuenterrobleño, don Fernando Moya por más señas, dice que aquí puede haber una exposición y se pone manos a la obra y en un año de recolecta arma una exposición que está causando la admiración de muchos (boticarios incluidos).

Y ahí me tiene usted rodeado de todos los elementos simples que están documentados en una botica de Requena en 1545 porque aquí se cumple el aserto popular comarcano “Hay de todo, como en botica” y hállome circunvalado por dieciocho minerales, nueve elementos de procedencia mineral, doce gomas y resinas y, especialmente, sesenta y siete plantas, dado que la farmacopea del siglo XVI aún seguía basándose en el tratado que escribió el botánico, médico y farmacólogo griego del siglo I Pedanio Dioscórides Anazarbeo (para los amigos el “Dioscórides”).

Íbamos transcribiendo el listado de medicamentos del siglo XVI y nos surgían sustancias raras llamadas cubebas, galangas, diamargaritón, elemi, diaprinico, alsajared (¿de aquí el célebre “aserejé, ja deje tejebe tude jébere”?), capilo veneris, carpobálsamo, amech y vaya usted a saber cuántas cosas más. Había ciertos medicamentos cuyo nombre empleado según en qué contexto podría sonar como verdaderos insultos: ¡ermodátil!, ¡marciatrón!, ¡euforbio!, ¡no me seas melilote!, ¡eres un opoponaco de nación! (por “tonto de nación”, que según mi padre es el mayor grado de tontuna que recaía, cómo no, en sus hijos).

En la exposición se han recogido muchos de estos elementos y se han compilado algunas de las fórmulas presentes en las boticas requenenses como la célebre triaca en sus versiones de esmeraldas, poncil y magna (que tenía más de setenta elementos y se recetaba en tiempos de peste) o compuestos como las píldoras “alefanginas” que llevaban simples como cinamomo (canela), cubebas, lignáloe, cálamo, maçis, nuez moscada, cardamomo (especial para gin tonics), clavo, ásaro, esquinanto, espicanardi, carpobálsamo, ajenjo, rosas, acíbar, mirra, almáciga y azafrán.

Todos estos complejos compuestos dan la razón a la copla popular transmitida por D. Fermín Pardo: “aunque vayas y vengas a la botica / ese mal que tú tienes no se quita”.

Cada botica tenía que tener sus contrastes, es decir, elementos de medida aplicando sus curiosas unidades métricas en forma de libras, onzas, dracmas, escrúpulos (escrupulosos que eran), óbolos, granos…

Entre los minerales además de cobre, alumbre (ahora vuelto a utilizar como desodorante y dentífrico), topacios, lapislázuli, esmeraldas, vitriolo azul, zafiros, rubíes… se utilizaba la tierra sellada (y selladita se presenta) procedente de unos tiempos en que la geofagia (“comer tierra”) no era nada desconocido. Pero no se preocupen porque para digerir bien la tierra sellada se tomaba con pasta de sangre de cabra (¡glup!).

Pero aún más llama la atención las sustancias de procedencia animal como el coral rojo y blanco, las propias perlas y aljófares (perlas más pequeñas), la grasa de gallina y de cerdo (ésta sin sal), incluso el cuerno y hueso de ciervo (y ahí lo exponemos), además del aceite de alacranes que no está presente para no espantar al personal.

Entre gomas y resinas destaca el agradabilísimo estoraque (a pesar del nombre), el incienso, la mirra, la sangre de dragón (que no es lo que su nombre aparenta), la mirra, el ámbar, la resina de pino rodeno e incluso el opio que se recetaba más de los que parecía.

Pero el repertorio se amplía mucho cuando vamos a las plantas, donde hay muchos elementos que nos suenan como el hinojo, lirio, violetas, anís, laurel, mirto, las bayas de ciprés, cantueso, rosas, eneldo, manzanilla, salvia, mejorana, menta, ajenjo, hierbabuena, saúco, ruda, álamo negro, alcanfor, valeriana, sándalo, etc. Las yemas de chopo recibían el romántico nombre de “ojos de pópulo” (¡qué nivel Maribel!). A la memoria me vino el tío Doroteo “el Herbolario” de Venta del Moro que curaba los catarros y bronquitis con hierba borreguera.

Algunas de las plantas usadas en las boticas requenenses eran propias también de la brujería como el beleño, el muérdago y la mandrágora. Otras las utilizamos ahora en su función de especias como la pimienta, clavo, azafrán o comino. Finalmente, de otras hierbas y plantas uno estaba en la inopia hasta que apareció el listado de marras: ruibarbo, mirabolano, fumeterre, el raro camedrio (y se encontró en Venta del Moro) o espinacardo. El sabroso jengibre o la dulce regaliz (o paliduz) edulcoraban la farmacia. Aunque la cerveza no había aún llegado (le pegaban sólo al vino), el lúpulo sí se utilizaba en boticas.

Y ustedes se pueden preguntar (y si no están por la labor, lo hago yo por ustedes) el por qué un Ayuntamiento se metía en los negocios de las farmacias. Hay que pensar que en el siglo XVI las competencias municipales eran muy superiores a las actuales y nuestros regidores de la res publica se preocupaban y regulaban muchos aspectos relacionados con los abastecimientos: pan, vendimia, carnicerías, molinos, ganados… La sanidad era uno de los aspectos donde más esfuerzos se realizaban, especialmente en tiempos de epidemias, y se intentaba que Requena tuviera la suficiente asistencia de médicos, cirujanos y boticarios. Los boticarios, para fidelizarlos, recibían un sueldo del propio Ayuntamiento como a Martín García que en 1536 se le pagó tres ducados por un año o a Juan Cabronero (menudo apellido) que se le intentó retener en 1600 con un contrato de cuatro años a 506 reales por añada y bajo la condición de que no podía irse de la Villa sin buscar a otro boticario que fuera a contento del Ayuntamiento.

En 1538 los vecinos se quejaban del mal gobierno de la botica de Andrés García, regida por Sacedo en esos momentos, y de la carestía de las medicinas, acordándose realizar un arancel de los fármacos. En 1543 el Ayuntamiento tornó a rebelarse contra la carestía de las medicinas y decidieron que los preparados y mejunjes fueran asentados por los médicos y no por los boticarios. Y en 1545 aún se hiló más fino y se decidió que ningún boticario hiciera un compuesto magistral (como los que realizaban Pablo y su padre en San Antonio) sin la presencia de un médico aprobado por la villa para que se examinaran los elementos utilizados y, además, impusieran en el bote de la medicina el día, mes y año y la rúbrica del médico (y nos creemos “modelnos”).

Lo cierto que por las mañanitas cuando uno abre el Archivo, inmediatamente de las vitrinas percibe un olor que sabe a gloria (no precisamente de la enjundia de gallina que está convenientemente tapada) entre las cidras, hierbabuena, cardamomo, estoraque, salvia, menta y pontingues varios. Y al final de la tarde, uno ya está muy puesto y sale una píldora como la que usted está leyendo. Si no pueden ver la exposición en Requena tendrán la oportunidad de visitarla en Valencia.

Comenzamos temporada de “píldoras”, pero las que yo les administro no están basadas en el Dioscórides, que eso se lo dejo al compañero Fernando. Amén.

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