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No deja de ser impresionante. Estas vistas nos hacen percibir el enorme calado cultural de este yacimiento arqueológico.

Resulta increíble el poder evocador de los aromas alimenticios. Justo antes de iniciar la escritura de esto, he colocado un cocido al fuego; poco a poco, aromas que me resultan imposibles de describir están invadiendo mi casa. La mente trasciende con rapidez el presente y me transporta a momentos de la infancia y la adolescencia. Entonces, los pasillos de la casa familiar de Los Ruices se llenaban de los aromas celestiales de las ollas de la cocina. Un ejército de olores se colaba por todos los resquicios. Era una hazaña en una casa varias veces centenaria, grande y con su terrado. Se habrá escrito muchas veces, no lo dudo, pero es un aspecto de nosotros que me sigue impresionando: el poder de los olores nutricios. No cabe duda que con estos olores uno puede ponerse manos a la obra con garantía de que el trabajo será más fructífero.

En esos aromas están los hilos de la memoria personal. Una memoria tejida en la tierra, campesina por sí misma, a la búsqueda del recuerdo incrustado en algún ignoto rincón del cerebro. Las viejas casas familiares son también esto mismo: receptáculos habitados por los viejos espíritus, por los vivos y por los muertos; son ellos, al fin y al cabo, los que proporcionan sentido a las construcciones. La defunción del universo rural, en un país que en un siglo ha pasado de tener un ochenta por ciento de personas ligadas al mundo rural a no representar más allá del diez por ciento, es el canto a la cultura universal uniforme: lo mismo en todas partes, aquí o en la China. Es imprescindible el rescate de la tierra, de nuestra tierra.

Recuerdo antes que la cortina del olvido se extienda para ocultarlo todo. Antes que la sepultura del tiempo haga su trabajo. Tal vez un día algún arqueólogo del futuro rescate la esencia de la tierra. Los de ahora lo realizan con más o menos fortuna, pero con profesionalidad y tenacidad.

Se trata de una reconstrucción desarrollada por los arqueólogos de la Universidad de Alicante.

La visita del Molón, en Camporrobles, es precisamente una lección de la capacidad de desvelar el pasado que los arqueólogos pueden efectuar. Caminata desde el inicio del camino. El día es agradable, uno de esos días del otoño en que el sol delimita su imperio, aunque la jornada ya sea corta. Se sube por el camino hasta el Centro de Interpretación.

Los lugares arqueológicos son precisamente los hitos del sentido de la historia remota. No es posible entender ésta sin aquéllos. Son las páginas de un manuscrito trazado sobre la tierra, sobre las piedras, con la complicidad del tiempo. Pero algo se rompió ante nosotros. Nos separamos de ese pasado, hasta casi considerarnos algo ajeno a él. He aquí el sentido mismo de los centros de interpretación en los lugares arqueológicos. Esto es, es imprescindible que nos expliquen, que nos sitúen en el tiempo, que nos delineen diferencias, trazos y culturas.

Debe reconocerse el lujo que Camporrobles tiene con el trabajo de Tomás Pedraz. Nos atiende con entusiasmo y esta visita va cobrando emoción a medida que vamos ascendiendo a la cumbre. Hay una emoción, tanto como un vasto conocimiento en Tomás, que te llena los pulmones de ganas por conocer. El ascenso al lugar se hizo más imperioso, más imprescindible, porque la explicación previa en el centro de interpretación ya tuvo suficientes elementos como para atraer la atención de los cuatro visitantes que íbamos a subir.

Ascenso suave, apto para casi todos. Al fin y al cabo, siempre puede uno tomárselo con calma. Impresionan los restos del amurallamiento. Increíble que desde el llano, el Molón no desvele su auténtico rostro. Un monumento impresionante de un pasado complejo, pletórico de culturas, entretejido con las áreas limítrofes. Y es que es quizás el Molón uno de esos ejemplares de mixtificación cultural. Por sus relaciones estrechas con sus vecinos, por su condición intermediaria, por su situación, en definitiva, fronteriza.

Entiéndase bien. Cuando uno sube allí, con un guía magnífico, percibe la densidad misma del tiempo de la historia. Pero también la intensidad de las relaciones culturales entre lo que hoy llamamos Cuenca y la hoy designada Valencia. Hay que subrayar la temporalidad del hoy. No extendamos este hoy, actual, presente, muy reciente, a pasados remotos. Esto es, no cometamos el error de ciertos historiadores y escritores de llevar las situaciones del hoy al pasado antiguo y medieval, para así poder cuestionarnos, por ejemplo, desde cuándo los de Camporrobles son de Camporrobles. La cosa puede resultar absurda, pero hay que decir que este ejercicio ocupa mentes y plumas en los últimos años; no hay que ir muy lejos para descubrir que tras este empeño no hay sino intereses políticos. Casi, como siempre. Los hacedores de estos artefactos de manipulación orillan, como no puede ser de otra manera, que el hoy se hizo sobre la destrucción, el encarcelamiento, la expulsión del ayer. Esto no interesa, pues no sirve a esos intereses supuestamente elevados de construcción nacional y pureza cultural. En El Molón, por tanto, estos propagandistas tienen poco que hacer.

La muralla debe verse desde la parte inferior, pues así se observa mejor su enorme capacidad defensiva y la complejidad de su construcción. Un alarde de poliorcética.

Pues el Molón es un artefacto cultural útil para curas de humildad. Para curar la enfermedad del actual narcisismo civilizatorio: quizás en el pasado tus ancestros también fueron constructores de grandes culturas. ¿No lo fueron aquellos pueblos designados como ibéricos y celtas? ¿No lo fueron los pueblos finalmente romanizados? ¿Acaso no se puede aplicar esto también a los musulmanes que se construyeron su propia mezquita en un lugar de la cumbre? Una cura de humildad por este lado. Una cura de humildad también para los empeñados en levantar fronteras donde sólo existieron obstáculos físicos al contacto cultural. Pero obstáculos que fueron salvados por vados, por caminos, por vías puestas en marcha por seres humanos empeñados en comerciar en conquistar, en cultivar. Desde la misma muralla hasta la potencia temporal de los estratos arqueológicos no se puede extraer sino la lección del relativismo de las construcciones políticas. Todos aprovecharon la ventaja física de la geografía proporcionada por la mole que se alza junto a Camporrobles. Cada cultura hizo uso de ella, la adaptó a sus necesidades y se sirvió de lo que los antepasados le ofrecieron.

Como afirma Tomás, los tiempos de la covid han reducido el número de visitas pero , sin duda, el ascenso a la historia proseguirá, porque es fascinante. Hay aquí un monumento excepcional para escolares y adultos. Tantas lecciones resumidas en unos pocos restos arqueológicos. Un testimonio pequeño pero que está gritando desde la cumbre del Molón. Una lección muy fértil para los estudiantes, que deberían visitar este lugar más a menudo.

Cisternas realizadas para guardar agua de lluvia.

Desde luego aquí percibirían que la historia no es únicamente el último siglo. A esto se está ya reduciendo nuestra historia. No deben albergar dudas los sensatos que hay aquí intereses ocultos, pero nítidamente visibles al poco que se reflexiona. Una historia corta, que aparte del testimonio que se desprende de monumentos tan potentes como El Molón, es fácilmente manipulable desde el poder, desde los poderes. Los intereses que cada uno los coloque en el lugar que crea adecuado; en todo caso, el estudiante de historia puede ser pronto el instrumento ideológico puro, desprovisto de espíritu crítico. Aunque hay que avisar que se quiere educar en el pensamiento crítico; algo bien sospechoso, porque cuando alguien incide en este aspecto generalmente es para que piensen como él, es decir, al margen de la libertad de pensamiento, elemento clave en una sociedad democrática. Mejor estudiar -dirán- la historia del siglo XX, no vayan a descubrir los estudiantes que esta península en el extremo del Mediterráneo ha tenido una enorme mezcla cultural, una mixtificación de tal calibre que dificulta percibir las hazañas de la nación, que indica la artificiosidad de los límites políticos, que ilustra la interrelación cultural. Mejor estudiar lo contemporáneo: es más manejable, más manipulable con libros de texto adecuados que permitan encontrar el enemigo adecuado sobre el que arrojar todas las culpas de lo mal que nos va.

Las viejas murallas conviven con la tecnología moderna concebida para generar energía

Así son los pellejos de la raya. Afloran en cada rincón del territorio. Están ahí dispuestos a desvelar su potencial. Gritan su complejidad. Son pellejos, pero permanecen. En su conocimiento reside el auténtico pensamiento crítico, más allá de leyes-parche inventadas con la intención de mandar a la basura el sistema educativo de la gente trabajadora del país. Los que puedan costearlo buscarán salidas en colegios privados, alejados del absurdo juego de la pedagogía imperante.

Finalmente, la visita al Molón es preferible realizarla en buena compañía. Si Pedraz fue un guía ejemplar, capaz de insuflar entusiasmo y tenernos en vilo con sus explicaciones, la compañía de Alicia, Gabriel y Concha hizo el recorrido más ligero y el yantar posterior más apetecible. Con amigos se hace el camino.

En Los Ruices, a 2 de diciembre de 2020.

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