LA BITÁCORA DE BRAUDEL.Por Juan Carlos Pérez García
Se ha escrito que el holocausto es un elemento fuera de la historia. Es tal la repulsión que despierta que la misma inteligencia humana trata de sacarlo a las afueras de la mismísima historia. No va descaminado este pensamiento, pues es la significación de un fenómeno del siglo XX que rebasa cualquier ejercicio de comprensibilidad y explicación. Los nombres con que se ha designado a este gigantesco crimen son variados. En España, nos familiarizamos con la palabra holocausto al contemplar hace algunas décadas la serie de televisión del mismo título basada en la obra de Morris West (si no falla mi memoria, este era el nombre del autor del entonces considerado un “best seller”). Los judíos prefieren utilizar una palabra hebrea: Shoah, y yo he preferido utilizar este vocablo, que significa algo así como catástrofe, por proceder de las víctimas principales del crimen. Como se sabe, no sólo los judíos fueron objeto del asesinato por parte de la maquinaria industrial de la muerte de los nazis; también perecieron gitanos, izquierdistas, opositores políticos de otras ideologías y gente de otras religiones.
La película de Spielberg, la famosa “Lista de Schindler”, ahondó en la cuestión central del siglo XX, mediante un magnífico guión, una puesta en escena difícilmente mejorable y una temática poco conocida: los salvadores de judíos. Yad Vashem, el centro mundial sobre el Holocausto, situado en Jerusalem, guarda la memoria de los “Justos entre las Naciones”, aquellos que, en medio de la vorágine criminal desatada en Europa por los nazis, se dedicaron a salvar vidas de seres humanos. Sebastián Romero Radigales, Ángel Sanz Briz, entre otros, están siendo hoy rehabilitados como personas capaces de proteger de la muerte a decenas de judíos. Hay un libro estupendo de Arcadi Espada sobre la cuestión. Se titula “En nombre de Franco. Los héroes de la Embajada de España en el Budapest nazi” (Espasa). Existen algunos otros escritos, algún programa radiofónico (me refiero al “Documentos” de RNE, que lo ponen los sábados por la tarde, y cuyo archivo se puede consultar en RNE. A la carta) y poco más. Pero esta historia es poco conocida; merece la pena indagar en una gente que, a pesar de estar integrados en un régimen opresor y cruel, sentían en su interior un fuerte apego a los más elementales derechos humanos.
Han pasado casi 70 años desde que los ejércitos alidos liberaron los campos de concentración. Las imágenes rodadas entonces dieron la vuelta al mundo. No sirvieron para parar las masacres y genocidios. Ahí está el genocidio de Ruanda y otros más cercanos. Incluso acaba de descubrirse una cinta con imágenes inéditas filmadas por Alfred Hichkock, el director británico encargado por el gobierno de Londres de filmar en los campos. ¿Hemos olvidado todo aquello?
Se ha llegado a escribir (lo ha dicho Carl Améry, “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor”, editorial Temas de Hoy, 1998) que en realidad la locura nazi habría sido un cruel anticipo del siglo XXI, dadas sus profundas contradicciones: superpoblación, hambre y subalimentación, desarrollo frente a países pobres, elevada tecnificación, sofisticación de los medios bélicos, etc. Al fin y al cabo, siguiendo el razonamiento de Eméry, Hitler habría echado mano de las ideas de desigualdad, de darwinismo social y finitud de los recursos naturales para crear el complejo ideológico de la dominación de una raza sobre el resto de los seres humanos.
Espero que estos vaticinios no acaben por forjarse ante nuestras narices. Pero el día 27 se designó para la conmemoración de la Shoah y de paso del rechazo a cualquier otro genocidio. Una buena oportunidad para el recuerdo. Hay mucha gente que no conoce esto, y existe mucha propaganda llena de mierda sobre el holocausto. Creo que vale la pena recordar todo esto. Además parece que los españoles no tenemos mucho de lo que enorgullecernos últimamente. Como si no hubieran existido ni los españoles que forjaron una auténtica civilización a uno y otro lado del océano, como si no hubiera existido la Constitución de 1812, y como si no hubiera existido Sanz Briz, Romero Radigales y los otros.
Nuestros jóvenes han de saber que tienen firmes puntales culturales en los que apoyarse, de los que sentir orgullo. No todo es la corrupción actual o el ansia separatista. En el fondo, el pesimismo colectivo nace del profundo error del enfoque de nuestra enseñanza de la historia: el presentismo engendra tristeza, porque desconoce los cimientos más profundos de una civilización.
En Los Ruices, a 22 de enero de 2014.