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Fuente elmundo.es

Vídeo «Callejeando por Requena» / Ivan Perez

Requena es agricultura -un 75% de sus vecinos vive de madre Tierra-, viñedo, bodegas, caldos y cavas que han traspasado fronteras y se han hecho un nombre en China y EEUU. La capital de la comarca Requena-Utiel -a la inversa de la DO que sirve de paraguas a los vinos de la zona- llega al nuevo mundo con su fruto más célebre, pero en los 815 kilómetros cuadrados de su término, el más extenso en tierras valencianas, conserva un valioso patrimonio con la huella de íberos, romanos, musulmanes y cristianos, una encrucijada de culturas que se disfruta en las calles de la Villa y se respira en las cuevas y túneles que recorren la antigua ciudad amurallada.

Con el polígono industrial despoblado y las arcas municipales vacías -hay que pagar la deuda millonaria de la era de los excesos y cubrir los intereses del plan de pago a proveedores-, la dinamización turística se presenta como una opción factible y razonable para revitalizar la economía local, en la línea de otras ciudades y pueblos que recurren a sus joyas patrimoniales para ponerlas en valor antes que empeñarlas. El gobierno popular de Requena, comandado por Javier Berasaluce, tiene un plan y trabaja en este renacimiento histórico, cultural y medioambiental, partiendo de la base de que «les llevamos años luz» a otros municipios que se amparan en el enoturismo. No vacila, es una realidad incontestable en los dominios de la ruta del vino.

Rumbo a la Villa

Caminamos con Javier desde la casa consistorial hasta la Fuente de los Patos, «que en realidad son cisnes», admite el regidor. A los pies del Arrabal nos cobijamos en la sombra protectora de una candente mañana de junio, muy precoz con sus 30 grados largos en el ocaso de la primavera. El alcalde bebe y nos conduce con la mirada hacia la Cuesta del Castillo, donde se divisa la Torre del Homenaje, levantada por los árabes y reconstruida por los cristianos. Empieza la aventura por las calles de la Villa.

Antes de acceder al patio de armas del castillo, rodeado por muros en los que se conservan restos de casas incrustadas en la muralla, Javier Berasaluce se detiene para desviar nuestra atención hacia el pavimento adoquinado. Nos cuenta que el subsuelo de la ciudad guarda su identidad, sus secretos, episodios históricos como el de los túneles construidos en el siglo XIX durante el asedio carlista, que excavó en los aledaños de la fortaleza para volar por los aires la Torre del Homenaje si no vencían la resistencia isabelina con el diálogo. No fue necesario.

Las catacumbas son uno de los ingredientes primarios del menú histórico de Requena, regado con sus caldos y endulzado con el valor patrimonial de los portales de sus iglesias, los templos y fortalezas, las casas solariegas y cada uno de los recovecos del corazón de una ciudad que conserva vivo el testimonio de quienes la poblaron, desde el Rincón del Ovejero a la Judería o la Cuesta del Cristo. Seguimos en ruta y sumamos a la expedición a Nacho Latorre, archivero de Requena, quien enfatiza la «riqueza iconográfica» de la portada gótica de Santa María, donde hacemos un alto en el camino.

Un paseo por la Medina y el Gótico

Entre ángeles musicales, vírgenes con sus atributos, apóstoles, lobos, armadillos y dragones, seres reales e irreales -véase un hombre saliendo de un caracol-, descubrimos uno de los feos de la Villa: la contaminación acústica del excesivo tráfico rodado en una zona teóricamente acotada al uso vecinal. El alcalde parece replantearse la limitación al comprobar el colapso generado en calles cuyo ancho apenas da para el trazado de un vehículo sin que se deje chapa y pintura en las paredes del casco antiguo.

Santa María, la Iglesia del Salvador, la casa que hospedó a Santa Teresa de Jesús… Una marcha por la historia hasta llegar a las Cuevas que recorren las entrañas de la Plaza de la Villa y las viviendas adyacentes, utilizadas, según las necesidades, como refugio de guerra, silo de cereales o centro de producción y almacenaje del vino, la sangre de Requena. Rehabilitadas con un toque museístico, invitan a sumergirse en un laberinto de túneles opacos en los que hallamos pozos, trullos, tinajas, utensilios de otras épocas y un sinfín de cavidades con restos de viviendas y raíces de árboles milenarios.

Es uno de los múltiples atractivos turísticos de esta ciudad con 25 pedanías que ha ido cambiando los campos de golf por explotaciones vitivinícolas, paseos saludables en clave natural, flanqueados por fuentes y manantiales, caminos señalizados por la meseta que rodea el Cabriel y saludables usos agrícolas como la producción del primer aceite virgen extra ecológico de la Comunidad. Mucho más que el vino y el embutido que cada año focalizan los carteles de fiestas de Requena y llegan a la gran ciudad como reclamo de una tierra con un microuniverso por descubrir.

Tierra de historia y leyendas

El archivero completa el recorrido con un sinfín de anécdotas y hechos recogidos en las Cartas Puebla y documentos que se conservan en su negociado. Visitamos el Palacio del Cid, junto al callejón de Doña Jimena, que acoge el Museo del Vino, y la Casa del Arte Mayor de la Seda antes de volver al Archivo municipal, donde Nacho Latorre nos muestra el pergamino de la confirmación de Alfonso XI a la Carta Puebla entregada por su antecesor, ‘el sabio’, al pueblo de Requena en 1257, con «toda una serie de privilegios, como la Caballería de la Nómina, para mantener una ciudad poblada y protegida».

Es momento de las leyendas. Algunas confirmadas como hechos históricos como el encuentro de Jaime I con su yerno, Alfonso X, en Requena en agosto de 1273. Sus esposas, madre e hija, solían caminar desde la Villa hasta una de las fuentes cercanas, lo que daría lugar a la Avenida Reinas que conocemos en la actualidad. Durante su estancia en Requena, Alfonso X enfermó gravemente de tercianas, unas fiebres intermitentes muy dañinas en tiempos del ‘sabio’.

La que no ha podido contrastarse es la historia del fantasma de la Villa, una recurrente leyenda del siglo XVI que forma parte del imaginario de pedanías y pueblos de la comarca y que tiene un sangriento final común. El corregidor, harto de que un fantasma cubierto con sábanas atemorizara al caer la noche a los vecinos de la Villa, ordena detenerlo y pasarlo por el acero. «Cuál sería la sorpresa del funcionario real cuando al descubrir el rostro del cadáver enlanzado se encontró con los ojos sin vida de su hijo, convertido en fantasma para cortejar a ciertas jóvenes», relata el archivero.

Jóvenes a los que hoy se encomienda Requena para sostener una demografía que se resiste a crecer en un vasto término con núcleos diseminados de población que van desde los 2.000 habitantes de San Antonio a los dos empadronados de Fuen Vich. Quizá la dinamización turística, las rutas verdes y enológicas, los paseos en bicicleta por la montaña y el nodo logístico para descongestionar el cinturón industrial de Valencia por el que suspira el alcalde sirvan algún día para que el mayor término de la Comunidad sea una de sus ciudades más habitadas.

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